El movimiento de protestas que empezó en Hong Kong hace un año cambió la imagen de la ciudad, donde las veredas de adoquines fueron remplazadas por hormigón, las pasarelas se protegieron con rejas y los campus universitarios fueron cercados.
Hace un año, el 9 de junio de 2019, una multitud de alrededor de un millón de personas se manifestó por el centro de la metrópolis financiera reclamando la retirada de un proyecto de ley que buscaba autorizar las extradiciones a China.
El movimiento, que mudó en una contestación general contra la injerencia de Pekín en la política local, duró hasta diciembre, con acciones casi diarias y a menudo salpicadas de choques violentos con los agentes antidisturbios.
Las concentraciones se vieron interrumpidas por la emergencia del coronavirus, pero las cicatrices de la mayor movilización que haya vivido el territorio semiautónomo desde su retrocesión, en 1997, siguen siendo visibles.
Es el caso de la Universidad Politécnica (PolyU), que en noviembre fue escenario de los enfrentamientos más graves.
Sus imponentes edificios de ladrillo rojo están ahora rodeados de pesadas barreras de plástico llenas de agua, y los visitantes tienen que pasar por un control de identidad para acceder al campus.
- Sacar partido del mobiliario urbano -
Esas densas barreras blancas, difíciles de mover por los manifestantes, brotaron alrededor de cualquier edificio considerado sensible, como el Consejo Legislativo (LegCo, el Parlamento hongkonés), algunas comisarías, ministerios y delegaciones de Pekín en la ciudad.
Desde entonces, pocas patrullas están formadas por menos de cuatro policías, muchos de los cuales visten a diario el uniforme antidisturbios.
Multitud de empresas de capital chino o sospechosas de apoyar al poder comunista, según los manifestantes, todavía tienen sus ventanales protegidos con tablones de madera, por temor a eventuales actos vandálicos.
No se sustituyeron los adoquines que muchos manifestantes arrancaron durante las marchas, para usarlos como proyectiles, sino que fueron cubiertos con una capa de hormigón. Algunos manifestantes pudieron incluso escribir algunos lemas en ellos antes de que el cemento se secara.
También se protegieron con rejas muchas de las pasarelas peatonales que cruzan las grandes avenidas de la ciudad, para evitar que la gente las use para lanzar objetos y perturbar el tráfico.
"A lo largo de las protestas de 2019, los manifestantes deconstruyeron el tejido urbano, pusieron las infraestructuras urbanas al servicio de su combate", explicó a la AFP Antony Dapiran, un abogado hongkonés autor de varios libros sobre movimientos sociales en la excolonia británica.
"Cuando entendió estas tácticas, el gobierno hongkonés actuó en consecuencia, retirando todo el mobiliario urbano que los manifestantes utilizaban para su resistencia y [para levantar] barricadas", apuntó.
Durante meses, no quedaba ni una sola barrera metálica en las explanadas centrales. Los manifestantes se convirtieron en auténticos expertos en desmontarlas, y lo hacían en tan solo uno segundos con llaves o destornilladores.
También florecieron los llamados "muros de Lennon" y multitud de coloridas obras en honor al movimiento de protesta. Todavía pueden verse en los barrios más opuestos al gobierno, donde los conservan con mimo.